jueves, 27 de mayo de 2010

PUTO EL QUE LEE en respuesta al cuento HOMBRE DE LAS MIL PECAS

En el mes de octubre publiqué este cuento:

Hombre de las mil pecas

Había algo extraño en él.
Lo supo en cuanto lo vio.
La disposición de sus pecas era sumamente excéntrica.
Todas y cada una de ellas se ubicaban sobre su piel de manera estratégica.
Y no sólo eso.
Eran manchas diminutas.
Diminutas y combativas.
Se concentraban extrañamente por sectores.
Era evidente que tenían un mensaje para dar.
Una sentencia insolente.
Ella las recorrió pausadamente con sus descreídos dedos.
Ahí estaban.
Tan auténticas.
Tan impertinentes.
Él le advirtió que no era nada personal.
Ella no pudo evitar sentirse ridiculizada.
No era capaz de soportar semejante sarcasmo.
Analizó la máxima que aquellas díscolas pintitas enunciaban.
Esas ínfimas marcas que en cualquier niño resultan adorables...en aquel muchacho se mostraban perturbadoras.
Para su sorpresa el pecho de ese misterioso hombre estaba poblado por cientos de pecas que, de manera explícita y organizada, articulaban la vulgar y tan conocida frase... “puto el que lee”.
Sin dudarlo le abotonó la camisa.
No estaba dispuesta a leerlo de nuevo.
Fue suficiente con aquella única vez.
Bien podía decirse que no era un simple preconcepto.
Era la verdad más absoluta.
Ya lo había confirmado.
De hecho...
Lo supo en cuanto lo vio.
Había algo extraño en él.


Planteando un desafío y a modo de respuesta insolente, mi amigo personal Julián Garro (recientemente devenido en felicísimo padre) escribió este fantástico cuento!...

PUTO EL QUE LEE o bien RICARDITO

Siempre fue un tipo sin grises, para él en la vida todo era blanco o negro. Y ese día en particular tenia una idea fija en la cabeza.
La idea en realidad no fue nada original, nunca fue un tipo de muchas ideas, ni mucho menos creatividad, lo que es generalmente un rasgo distintivo de las personas que viven a Blancos y Negros. Lo cierto es que, original o no, le parecía una idea genial y no entendía como una persona en ¨su¨ sano juicio (nunca estuvo mejor puesto ese ¨ su¨ ) podía ser infeliz llevando semejante estandarte en el pecho. Esa persona había sido bendecida con unas pecas combativas, impertinentes que llenarían de orgullo a cualquiera y sin embargo esa persona las repudiaba. Estos pensamientos abrumaban su mente por lo que evito pensar más (otro rasgo distintivo de la gente que ve el mundo en blancos y negros es que evitan pensar mucho) y se dirigió sin ninguna duda al local del tatuaje.

-Buenas- le dijo al tatuador.
- En que puedo ayudarte?
- Me queria tatuar en el pecho, bien grande… PUTO EL QUE LEE.
-…
Varios minutos pasaron en silencio, el tatuador escudriñaba el rostro del intrépido visitante buscando una leve sonrisa del estilo ¨ te estoy jodiendo¨ pero esa sonrisa no llegaba nunca. Mientras tanto Ricardito (- ya era hora de saber el nombre de nuestro personaje, no?) lo miraba también fijamente sin pensar absolutamente nada, hacía un buen rato que no había vuelto a reactivar esa función en su cerebro.
Sebastián Roble pasaba casualmente por ahí en ese instante, y por el contrario de nuestro personaje, Sebastián era poseedor de una imaginación galopante. Se detuvo detrás del vidrio y observo sin entender muy bien, las caras de tatuador y futuro tatuado. No pudiendo encontrar una explicación más razonable llego a la conclusión de que estaban teniendo un feroz combate telequinético.
Maravillado, participo con ellos de esos minutos de interminable silencio. Esa noche, mientras tomaba su chocolatada ingreso a su blog un nuevo título: Desde hoy empiezo a practicar telequinesia.

Finalmente el tatuador cedió (o se resigno) y ese trabajo se convertiría en lo que años más tarde describiría como el trabajo más boludo del mundo y terminaría siempre la anécdota con: “mira que vienen a tatuarse cada huevada, pero ese era un boludo importante.”
A todo esto usted ya se habrá hecho una imagen mental de Ricardito, y no se equivoca era la fiel estampa de un boludo cualquiera. Un chileno amigo suyo le dijo muy sinceramente cuando tenían unos 15 años: “aunque el mundo insista en señalarte lo contrario… boludo no es tu nombre”, dos años después entendió esa frase como un insulto y con una patada a la nuca del chileno dio por terminada esa amistad. El chileno no lo lamento nada, menos cuando termino de aplicarle un grosero correctivo en la punta de la nariz y se retiro sin pedirle mayores explicaciones.

Volviendo al Ricardito actual, salió del salón de tatuaje exuberante de contento. Estaba tan contento que si no fuese porque lo tenia que tener tapado por un tiempo hubiese salido a la calle en cuero a enseñarselo al mundo, aún cuando afuera hacia un frío que casi nevaba.

Pasaron los días y Ricardito casi no podía contenerse. Asombrosamente había logrado mantener el secreto. En parte también logro mantenerlo en secreto porque lo olvidaba constantemente.
Y un día el momento de mostrarlo llego. Era 3 de enero y había ido con su banda de amigos a la playa. Era absolutamente maravilloso ver como una persona como Ricardito contaba con unas amistades de fierro. Algunas cosas que no habíamos aclarado sobre Ricardito, desde que su madre lo bautizó Ricardo, nunca más volvió a decirle ese nombre, fue y será siempre Ricardito, incluso sus vínculos más cercanos lo llamaban por ese nombre, lejos de molestarlo ese mote de Ricardito, lo hacía sentir un pibe de unos 40 años. Otra cosa importante era que Ricardito nadaba literalmente en dinero, nadie sabía bien porque pero era una fortuna (la cantidad y que la tuviera), ya que un hombre como él hubiese sido insostenible en el sistema laboral. Continuando con lo que íbamos, Ricardito y sus amigos iban a la playa...

Amigo 1 mirando a Ricardito: Boludo, y que te tatuste?
Amigo 2: Dale boludo, ya lo podes mostrar, no?
Amigo 3: De que hablan boludos?
Amigo 2: De Ricardito, que el boludo se tatuo algo en el pecho y no nos dijo que es.
Ricardito con una serenidad envidiable, una serenidad que mantenía todos sus pelos totalmente inmóviles a pesar del terrible viento de la costa Argentina (Eso o la increíble cantidad de gel que se había puesto), se saco lentamente su remera.
Prolongo el momento bastante, esperando y disfrutando la reacción de sus amigos. PUTO EL QUE LEE, pudo leerse al fin. Uno de sus amigos rompió en llanto y se alejo corriendo. Otro comenzó a reír y es el día de hoy que no puede parar. Solo uno pudo decirselo bien fuerte, solo uno de ellos tuvo el valor, solo uno conservo la calma… y le dijo… Ricardito, siempre fuiste un pelotudo.


Por muchas más reacciones en cadena como ésta!!! Gracias Juli!




lunes, 29 de marzo de 2010

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sábado, 27 de febrero de 2010

El as del autoboicot

Supo ser el as del autoboicot...puedo jurar que jamás olvidaré sus afeminadas polainas.
Recuerdo que él mismo las había tejido.
Pasó horas explicándome el punto santa clara, punto que en ningún momento me entusiasmó aprender.
Para mi sorpresa también tejía crochet.
En determinado momento me contó emocionado cómo obtuvo a los once años, de manos de la abuela materna, su primer par de agujas de tejer.
Más tarde comenzó la clasificación de todos los ejemplares existentes de lana.
Me declaré neófita en el asunto y pareció excitarle más aún la descripción para convertirme en experta.
Terminó por confesar que ahorraba desde hacía meses, con ahínco y sacrificio, para su próxima inversión: tener su propia oveja.
Me sonreí levemente para corroborar si en efecto se trataba de un chascarrillo...al verlo ovillar con devoción noté que hablaba preocupantemente en serio.
Luego de ordenar las madejas que había sacado previamente ha modo de demostración se sentó a mi lado.
El sillón era de dos cuerpos y, por supuesto, sobre él descansaba un cobertor tejido con restos de lana.
Coqueteamos un rato.
Yo por diversión.
Él por interés.
Interés poco convencional que en breve descubriría.
Cuando tomé un catálogo de lanas de la mesa ratona pude sentir como acarició mi cabello.
Levanté la mirada.
Ahora se había acercado sugestivamente.
Me siguió pareciendo algo gracioso.
Pensé que hasta podría besarlo.
Era un personaje insólito pero buen mozo.
Besó mi cuello y continuó un cariñoso recorrido hasta mi oreja.
Ahí murmuró algo que me dejó atónita.
Fue una frase extraña.
Algo así como: “¿sabés? tus rulos podrían ser un fabuloso echarpe”.
Como una idiota improvisé un vergonzante balido para luego reír nerviosamente y tras prometer obsequiarle un cordero me di a la fuga con suma premura.