sábado, 27 de febrero de 2010

El as del autoboicot

Supo ser el as del autoboicot...puedo jurar que jamás olvidaré sus afeminadas polainas.
Recuerdo que él mismo las había tejido.
Pasó horas explicándome el punto santa clara, punto que en ningún momento me entusiasmó aprender.
Para mi sorpresa también tejía crochet.
En determinado momento me contó emocionado cómo obtuvo a los once años, de manos de la abuela materna, su primer par de agujas de tejer.
Más tarde comenzó la clasificación de todos los ejemplares existentes de lana.
Me declaré neófita en el asunto y pareció excitarle más aún la descripción para convertirme en experta.
Terminó por confesar que ahorraba desde hacía meses, con ahínco y sacrificio, para su próxima inversión: tener su propia oveja.
Me sonreí levemente para corroborar si en efecto se trataba de un chascarrillo...al verlo ovillar con devoción noté que hablaba preocupantemente en serio.
Luego de ordenar las madejas que había sacado previamente ha modo de demostración se sentó a mi lado.
El sillón era de dos cuerpos y, por supuesto, sobre él descansaba un cobertor tejido con restos de lana.
Coqueteamos un rato.
Yo por diversión.
Él por interés.
Interés poco convencional que en breve descubriría.
Cuando tomé un catálogo de lanas de la mesa ratona pude sentir como acarició mi cabello.
Levanté la mirada.
Ahora se había acercado sugestivamente.
Me siguió pareciendo algo gracioso.
Pensé que hasta podría besarlo.
Era un personaje insólito pero buen mozo.
Besó mi cuello y continuó un cariñoso recorrido hasta mi oreja.
Ahí murmuró algo que me dejó atónita.
Fue una frase extraña.
Algo así como: “¿sabés? tus rulos podrían ser un fabuloso echarpe”.
Como una idiota improvisé un vergonzante balido para luego reír nerviosamente y tras prometer obsequiarle un cordero me di a la fuga con suma premura.