jueves, 3 de diciembre de 2009

Mi pequeño amigo charolado

Era el niño con menos talento que jamás había conocido.
Ni siquiera sabía atarse los cordones. Eso lo avergonzaba.
Realmente sí que lo avergonzaba aunque, el muy maquiavélico, evitaba admitirlo.
Es así como se explica que usara esos ridículos y denigrantes mocasines de charol.
Su caminar obsequiaba una melodía extremadamente peculiar.
Les sacaba lustre de manera obsesiva.
Más de una vez se negó a jugar con nosotros. ¿Y todo para qué?. Para no malograrlos.
Recuerdo que tenía tres pares de mocasines de charol.
Los negros clásicos. Él hacía orgullosa gala de estos zapatos.
Se creía y, lo que es peor, se autodefinía como un amante del buen calzar.
Teníamos doce pirulos, el muy goma nos hablaba de moda y avant garde.
El otro par de sus relucientes zapatos era color marrón. Esos no le agradaban tanto. Sólo los usaba para jugar con nosotros en la calle.
El tercer y último par era el que él llamaba: distinguido y personal.
Eran de un color indescriptiblemente caqui. Esos sólo los utilizaba para festividades o agasajos especiales.
Debo admitir que en ciertas ocasiones quise probármelos.
¿Pero cómo hacerlo sin que él lo notara?, mejor dicho, ¿cómo hacerlo sin que nadie lo notara?.
Entonces tuve una idea tan o más brillante que esos mocasines.
No podía intentarlo en el hogar de mi pequeño amigo charolado.
De ninguna manera iba a arriesgar mi honorable pellejo intentando calzarme esos adefesios brillosos en presencia de él o de algún miembro de su familia o lo que es aún peor, frente a un integrante de nuestra barra de amigos.
Tomé todas las precauciones posibles.
Recuerdo que me llevó varios días planearlo todo.
Había llegado el tan ansiado momento.
Sin dubitar ingresé al lúgubre negocio llamado “El Palacio del Charol”.
Me ubiqué de espaldas a la vidriera.
Pedí unos mocasines de mi número.
La ineficiente vendedora me preguntó el color. Sin pestañar y con certeza susurré: "caqui".
Ahí estaban.
Mientras me sacaba las zapatillas no podía creer que fuera todo irrisoriamente tan sencillo.
Sí señor, me calcé los mocasines de charol.
Mi capricho había sido victoriosamente cumplido.
Caminé sobre la alfombra mirándome al espejo.
Espejo que me devolvió la imagen escalofriantemente burlesca de mi amigo charolado.
Me di vuelta y ahí estaba.
Un vahído invadió las extremidades de mi cuerpo.
Sólo escuche estas desafiantes palabras: ¡¡¡ a que se lo digo a los pibes!!!, para luego verlo correr con sus mocasines de charol marrón fuera del local.
Tenía que detenerlo y darle su merecido.
Así como no dubité al entrar al comercio tampoco lo hice al salir, frente a la mirada atónita de la empleada, corrí, corrí y corrí calzando esos malditos zapatos de charol color caqui.


2 comentarios:

  1. El momento del espejo pudo haber sido ideado por Hitchcock, Brian De Palma, o Coppola, para luego ponerlo en escena reflejando al amigo charolado y al mismísimo protagonista, batidos a muerte y viéndose idénticos a la vez.
    Celebro con alaridos ese momento y por su puesto el resto de relato que con una pluma impecable y elegante narra una historia de lo más absurda y disparatada.
    Salut Lucilt
    Seba!

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  2. Graan cumplido!!
    Gracie :)

    ...¡alaridos!, ¡¿no digas que ya pertenecés a la manada y voy a tener que someterme a pruebas altamente peligrosas para ser aceptada?!

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