lunes, 16 de noviembre de 2009

Ansiedad

Hay algo que me intriga...
¿Para qué me pide el teléfono?.
Si no va a llamar...¡¡¿¿para qué me lo pide??!!
¡¿Con qué necesidad?!
Nos conocimos el sábado.
Estamos a jueves.
¿No sería lógico que hubiera llamado ayer?
YO, definitivamente, hubiera llamado ayer.
¡Qué mejor que a mitad de semana!.
Hasta el cine es más barato.
Los tipos son despreciables.
Se creen que una cultiva una excéntrica beldad sólo para esperarlos.
¡Ja!, manga de infelices.
Y encima él...apóstol de Belcebú.
De mí no se mofa dos veces.
Me cansé.
¿Se cree que es churro?.
Maldito fenómeno de feria.
Y esos anteojos monstruosos...¡¡pero que le van a dar personalidad!!. Sólo hacen que su parecido con el profesor Lambetain sea aún más escalofriante.
Hoy sí voy a ir a trabajar.
Y si llama...¡lo siento!.
Ayer perdí el presentismo por su culpa.
Basta de rendir culto al claustro.
Basta de usar el teléfono por lapsos cronometrados regidos por la culpa y la incertidumbre.
Abro con tan admirable determinación la puerta del departamento que me desconozco.
Salgo y cierro.
Pido el ascensor.
¡Qué más da!...
Abro el pórtico nuevamente.
Chequeo que el contestador esté técnicamente bien conectado y doy indignada un portazo.



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