Pude haber sido un distinguido corcel.
Pude haber sido un equino ejemplar.
Pude haber sido la figura del hipódromo.
Pude haber sido un cabalgante del viento.
Pude haber sido montado por adultos.
Pude haber sido...
Pero a nadie importa lo que pude haber sido.
Pero a nadie importa lo que soy...
Entonces, apesadumbrado, me pregunto...
¡¿Por qué he nacido pony?!
Y he aquí mi respuesta...
Y he aquí mi estúpido consuelo...
Pudo haber sido peor.
Pudo haber sido demencialmente peor.
Pude haber sido de colores estridentes.
Pude haber sido tristemente articulado.
Pude haber sido de plástico berreta.
Pude haber sido... un Pequeño Pony.
jueves, 22 de octubre de 2009
miércoles, 14 de octubre de 2009
Hombre de las mil pecas
Había algo extraño en él.
Lo supo en cuanto lo vio.
La disposición de sus pecas era sumamente excéntrica.
Todas y cada una de ellas se ubicaban sobre su piel de manera estratégica.
Y no sólo eso.
Eran manchas diminutas.
Diminutas y combativas.
Se concentraban extrañamente por sectores.
Era evidente que tenían un mensaje para dar.
Una sentencia insolente.
Ella las recorrió pausadamente con sus descreídos dedos.
Ahí estaban.
Tan auténticas.
Tan impertinentes.
Él le advirtió que no era nada personal.
Ella no pudo evitar sentirse ridiculizada.
No era capaz de soportar semejante sarcasmo.
Analizó la máxima que aquellas díscolas pintitas enunciaban.
Esas ínfimas marcas que en cualquier niño resultan adorables...en aquel muchacho se mostraban perturbadoras.
Para su sorpresa el pecho de ese misterioso hombre estaba poblado por cientos de pecas que, de manera explícita y organizada, articulaban la vulgar y tan conocida frase... “puto el que lee”.
Sin dudarlo le abotonó la camisa.
No estaba dispuesta a leerlo de nuevo.
Fue suficiente con aquella única vez.
Bien podía decirse que no era un simple preconcepto.
Era la verdad más absoluta.
Ya lo había confirmado.
De hecho...
Lo supo en cuanto lo vio.
Había algo extraño en él.
Lo supo en cuanto lo vio.
La disposición de sus pecas era sumamente excéntrica.
Todas y cada una de ellas se ubicaban sobre su piel de manera estratégica.
Y no sólo eso.
Eran manchas diminutas.
Diminutas y combativas.
Se concentraban extrañamente por sectores.
Era evidente que tenían un mensaje para dar.
Una sentencia insolente.
Ella las recorrió pausadamente con sus descreídos dedos.
Ahí estaban.
Tan auténticas.
Tan impertinentes.
Él le advirtió que no era nada personal.
Ella no pudo evitar sentirse ridiculizada.
No era capaz de soportar semejante sarcasmo.
Analizó la máxima que aquellas díscolas pintitas enunciaban.
Esas ínfimas marcas que en cualquier niño resultan adorables...en aquel muchacho se mostraban perturbadoras.
Para su sorpresa el pecho de ese misterioso hombre estaba poblado por cientos de pecas que, de manera explícita y organizada, articulaban la vulgar y tan conocida frase... “puto el que lee”.
Sin dudarlo le abotonó la camisa.
No estaba dispuesta a leerlo de nuevo.
Fue suficiente con aquella única vez.
Bien podía decirse que no era un simple preconcepto.
Era la verdad más absoluta.
Ya lo había confirmado.
De hecho...
Lo supo en cuanto lo vio.
Había algo extraño en él.
sábado, 10 de octubre de 2009
Siempre lo supe
Por qué planchaba su ropa una vez que la tenía puesta...nunca lo supe.
Por qué se peinaba obsesivamente los pelos del pecho...nunca lo supe.
Por qué conservaba su apéndice a modo de señalador dentro de una Biblia...nunca lo supe.
Por qué seguía usando jeans nevados aún veintidós años después de los `80...nunca lo supe.
Por qué se comía las uñas de los pies...nunca lo supe.
Por qué confeccionó su propio ukelele...nunca lo supe.
Por qué fumaba los cigarrillos encendiéndolos por el filtro...nunca lo supe.
Por qué se empeñaba en corroborar la veracidad de los carteles que rezan: “baño exclusivo para clientes”...nunca lo supe.
Ahora bien, que era algo excéntrico...siempre lo supe.
Por qué se peinaba obsesivamente los pelos del pecho...nunca lo supe.
Por qué conservaba su apéndice a modo de señalador dentro de una Biblia...nunca lo supe.
Por qué seguía usando jeans nevados aún veintidós años después de los `80...nunca lo supe.
Por qué se comía las uñas de los pies...nunca lo supe.
Por qué confeccionó su propio ukelele...nunca lo supe.
Por qué fumaba los cigarrillos encendiéndolos por el filtro...nunca lo supe.
Por qué se empeñaba en corroborar la veracidad de los carteles que rezan: “baño exclusivo para clientes”...nunca lo supe.
Ahora bien, que era algo excéntrico...siempre lo supe.
miércoles, 7 de octubre de 2009
Aquel inútil de pacotilla
Durante gran parte de mi vida estuve detrás de estos fósiles.
14 años, 3 meses, 21 días y unas 7 horas, concretamente.
Dediqué mi juventud y sapiencia a la arqueología.
Vestí como un seudo niño boyscout, profané reliquias, inhalé arenilla de los desiertos más recónditos.
Sufrí severos golpes de calor, de hecho, estuve tan expuesto a los rayos solares que quien me viera ahora pensaría que soy oriundo de Mozambique cuando, en realidad, soy albino.
Todo en vano.
En cuanto aquel joven se presentó supe que me ocasionaría un disgusto.
Con sus insolentes 22 años hoy se apropia de mi gloria.
Ese día llega tarde como siempre. Con un andar cansino y torpe.
Se sienta sobre un cajón de madera en cuyo interior descansa una pieza tan importante como invaluable.
Enciende un cigarrillo.
El humo me da directamente en el rostro. Parece no notarlo. Toso un poco, simulo que me afecta. Nada, sólo exhala.
Última pitada. Apaga el cigarro presionándolo contra el cajón de madera.
14 años, 3 meses, 21 días y unas 7 horas, concretamente.
Dediqué mi juventud y sapiencia a la arqueología.
Vestí como un seudo niño boyscout, profané reliquias, inhalé arenilla de los desiertos más recónditos.
Sufrí severos golpes de calor, de hecho, estuve tan expuesto a los rayos solares que quien me viera ahora pensaría que soy oriundo de Mozambique cuando, en realidad, soy albino.
Todo en vano.
En cuanto aquel joven se presentó supe que me ocasionaría un disgusto.
Con sus insolentes 22 años hoy se apropia de mi gloria.
Ese día llega tarde como siempre. Con un andar cansino y torpe.
Se sienta sobre un cajón de madera en cuyo interior descansa una pieza tan importante como invaluable.
Enciende un cigarrillo.
El humo me da directamente en el rostro. Parece no notarlo. Toso un poco, simulo que me afecta. Nada, sólo exhala.
Última pitada. Apaga el cigarro presionándolo contra el cajón de madera.
Mi mentón tiembla de ira.
Ahora permanece de rodillas. Está haciendo un castillo de arena, o al menos eso intenta... es ridículamente mediocre.
Utiliza los utensilios de la excavación para su patética obra arquitectónica.
El viento termina por derribar su amorfo montículo de arena. Parece vencido.
Río soberbiamente. La carcajada deviene en un convulsionado ataque de tos debido al polvo que se desprende del derrumbe del castillo.
Retiro de su alcance las herramientas.
Me mira y comienza el desafío.
Cava con sus manos. Sus ojos se salen de las cuencas cual perro pequinés encolerizado.
Aparentemente, el muy idiota decide enterrarse de cuerpo entero. Debo admitir que ya me provoca algo de simpatía.
Continúo con mis actividades. Soy sorprendido por un grito proveniente de las profundidades desérticas.
El maldito mocoso acaba de realizar el hallazgo más preponderante de su insignificante vida.
Luego de dedicarme de lleno durante 14 años, 3 meses, 21 días y unas 7 horas debo admitir, con envidia de la mala, que ese infeliz los ha encontrado.
El éxito rutilante procurado por el magnífico hallazgo de aquellos restos fósiles de cholga se desvaneció frente a mí como aquel castillo inmundo que levantó el afortunado muchacho.
Ahora permanece de rodillas. Está haciendo un castillo de arena, o al menos eso intenta... es ridículamente mediocre.
Utiliza los utensilios de la excavación para su patética obra arquitectónica.
El viento termina por derribar su amorfo montículo de arena. Parece vencido.
Río soberbiamente. La carcajada deviene en un convulsionado ataque de tos debido al polvo que se desprende del derrumbe del castillo.
Retiro de su alcance las herramientas.
Me mira y comienza el desafío.
Cava con sus manos. Sus ojos se salen de las cuencas cual perro pequinés encolerizado.
Aparentemente, el muy idiota decide enterrarse de cuerpo entero. Debo admitir que ya me provoca algo de simpatía.
Continúo con mis actividades. Soy sorprendido por un grito proveniente de las profundidades desérticas.
El maldito mocoso acaba de realizar el hallazgo más preponderante de su insignificante vida.
Luego de dedicarme de lleno durante 14 años, 3 meses, 21 días y unas 7 horas debo admitir, con envidia de la mala, que ese infeliz los ha encontrado.
El éxito rutilante procurado por el magnífico hallazgo de aquellos restos fósiles de cholga se desvaneció frente a mí como aquel castillo inmundo que levantó el afortunado muchacho.
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